El bachiller, de Jules Vallès

Principio de la novela El bachiller, de Jules Vallès.
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1. En camino

He recibido una educación.
—Está ya armado para la lucha —ha dicho mi profesor al despedirme—. Quien triunfa en el colegio entra como vencedor en la carrera.

¿Qué carrera?
Un antiguo compañero de mi padre, de paso por Nantes, vino a visitarle y le contó que uno de sus antiguos condiscípulos, uno de esos que ganaban todos los premios, había sido hallado muerto, aplastado y ensangrentado, en el fondo de una cantera de piedra, adonde se había arrojado tras haber permanecido tres días sin comer.
Ésta no es, sin duda, la carrera que hay que seguir; no lo creo. En cualquier caso, no hay que lanzarse a ella de cabeza.
Seguir la carrera significa: avanzar por el camino de la vida; colocarse, como Hércules, en la encrucijada.
Como Hércules en la encrucijada. No he olvidado la mitología que aprendí. ¡Vamos! Algo es algo.
Mientras enganchaban los caballos, llegó el director para estrecharme la mano como a uno de sus más queridos alumni. Ha dicho alumni.
Turbado por la idea de la partida, no comprendí en seguida. Monsieur Ribal, el profesor de cuarto, me dio un codazo.
Alumn-us, alumn-i —apuntó en voz baja, haciendo hincapié en el genitivo y con aspecto de estar abrochándose la hebilla del pantalón.
—¡Ah, sí!, alumnus... quiere decir alumno, es cierto. 
No quiero ser menos en cuanto a lenguas muertas ante el director; él me da latín y yo le devuelvo griego:
—χάριμτω μου παιδαγω—que significa: “Gracias, querido maestro”.
Hago al mismo tiempo un gesto dramático, resbalo, el director quiere sujetarme, resbala también; tres o cuatro personas han estado a punto de caer como un castillo de naipes.
El director (impavidum ferient ruinae, la ruina del mundo lo dejaría impasible) es el primero en recuperar el equilibrio y se acerca de nuevo a mí, importunando un poco a todo el mundo. Me habla otra vez, en tan supremo momento, de mi educación.
—Con ese bagaje, amigo mío...
El mozo cree que se trata de mis maletas.
—¿Tiene equipaje?
No tengo más que un pequeño baúl, pero poseo una sólida educación.
En marcha.
Puedo estirar las piernas y los brazos, llorar, reír, bostezar, gritar, tanto como quiera.
Soy dueño de mis gestos, dueño de mis palabras y de mi silencio. Salgo por fin de la cuna donde los buenos de mis padres me han tenido envuelto en pañales durante diecisiete años, sacándome de ella de vez en cuando para darme unos azotes.
¡No puedo creerlo! Temo que el coche se detenga, que mi padre o mi madre suba y vuelva a meterme en la cuna. Temo que un profesor, un comerciante en lenguas muertas venga a instalarse junto a mí, como un gendarme.
Pero no, en la imperial sólo hay un gendarme, y lleva correajes de color tortilla, charreteras blancas y un sombrero estilo Napoleón.
Esos gendarmes sólo detienen a los asesinos y sé que, cuando detienen a la gente de bien, defenderse no constituye ningún crimen. Se tiene derecho a matarlos, ¡como en Farreyrolles! Después os guillotinarán; pero esa cabeza cortada os deshonra menos que si hubierais empujado a vuestro padre contra un mueble, al rechazarle para evitar que os tundiera.
¡Soy libre! ¡LIBRE, LIBRE, LIBRE...!
Me parece que mi pecho se ensancha y un cosquilleo de orgullo me sube a la nariz... Siento hormigueo en las piernas y el sol estalla en mi cerebro.
Me he hecho un ovillo. ¡Oh!, mi madre diría que parezco raquítico o jorobado, que mi mirada está extraviada, que mi pantalón está demasiado arremangado, y mi chaleco, abierto, que los botones... ¡Es cierto, mi mano los ha desabrochado para hurgar en la carne de mi pecho! Siento en su interior latir mi corazón con fuerza, y he comparado con frecuencia esos latidos con el brinco que da, en el vientre de una mujer, el niño a punto de nacer...
Sin embargo, poco a poco, mi exaltación se calma, mis nervios se distienden y queda en mí una fatiga parecida a la de la mañana que sigue a una noche de borrachera. La melancolía pasa por mi frente como pasa la nube, allí arriba en el cielo, enmascarando con su algodón gris el rostro del sol.
El horizonte, que, a través del cristal, me amenaza con su inmensidad, la campiña que se extiende muda y vacía, ese espacio y esa soledad me colman poco a poco de una punzante emoción...
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