El soborno de Caronte, de Manuel García Viñó

Primeros aforismos de El soborno de Caronte, de Manuel García Viñó.

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I.- EL PINTOR (Y EL ESCRITOR)
 
1.
En un momento o lugar de la historia del arte en que la cadencia se ha vuelto monotonía; la manifestación, espectáculo; el estilo, imitación o desconcierto; la personalidad, histrionismo; el compromiso, juego; el mensaje, propaganda; el valor, precio; y la inspiración, vacío, los únicos pintores con que se puede contar para poner las bases de una nueva época plástica son aquellos que constituyen lo que, con término pedido prestado a la física, en su papel actual de cosmología, podríamos llamar una singularidad.
 
2.
Son artistas que sufren —o gozan— de la obsesión por lo invisible; esa necesidad de búsqueda de lo desconocido que se presenta como principio de cualquier auténtica actividad del espíritu —el arte es una de ellas—, encaminada a superar los condicionamientos de lo estrictamente material afincado en lo estrictamente terreno, para elevarse o sumergirse en el ámbito de la más diáfana luz o de la tiniebla más compacta; que en el punto privilegiado por la llamada vienen a ser una y la misma cosa.
 
3.
El afortunado espectador que alcance a oír, ante la Obra(1) de uno de estos artistas, ese crujido diamantino que sólo se produce en la entraña más profunda y en el siempre único primer instante, sepa que se trata del mensaje que se lanza cuando se ha dejado de creer en todo y no se puede creer ya más que en uno mismo.
 
 

4.
No cualquier artista tiene derecho a decir lo que dijo Nietzsche en Ecce homo: «Yo
 
vengo de alturas que ningún ave ha sobrevolado nunca; yo conozco abismos en los que todavía no se ha extraviado pie alguno». Bécquer sí lo tenía, y por eso escribió, en la Rima XLVII:
Yo me he asomado a las profundas simas de la tierra y el cielo, como hubiese podido decir cualquier iniciado —Píndaro y Sófocles entre los primeros— en los misterios de Eleusis; y como podría decir cualquier artista singular.
 
5.
El día que se pueda contemplar con la suficiente perspectiva, se verá que, en los comienzos de la segunda mitad de nuestro siglo, el panorama de la pintura cambia radicalmente. No digo que cambien todos los elementos, pues el caso es que muchas Obras particulares siguen siendo las mismas, con la natural evolución, en 1960 que en 1980 o 1990; digo que cambia el panorama.
En la década de los cincuenta, con el informalismo y el tachismo (que puede que constituyan una y la misma cosa), finaliza prácticamente la época de los ismos. Entonces se empieza a hablar de nueva figuración, de action painting, de pop art, minimal art, arte povera, arte conceptual, etc. Cuando aquéllos, los ismos, parece que «renacen», se denominan con algunos de esos vocablos que empiezan por neo. Si, desde bastante tiempo antes, se ha empezado a preferir hablar de tendencias y no de escuelas, ahora ya casi no se sabe de qué hablar, porque no se tiene la sinceridad suficiente como para hablar de modas. El fenómeno refleja, por una parte, la aceleración de la historia, que entra en una etapa trepidante; por otra, el hecho, cierto, de que la sociedad occidental vive un momento crítico y despersonalizado.
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