'Literatura consciente' (El paso, de José Marzo)

Del ensayo de filosofía política El paso, de José Marzo- - -
4. Literatura consciente

En conversación privada, un colega argumenta que, en una sociedad sana, la literatura de ficción no debería tratar la política, puesto que de ella se encargan ya los partidos, los sindicatos y los medios de información. Hay un elemento en esta frase que, instintivamente, me rebela, y enseguida observo que es el empleo del verbo «deber», que mi propio colega no tarda en sustituir: «En una sociedad sana, la literatura no tendría por qué tratar la política».
Estoy de acuerdo. En una sociedad sana, la literatura en efecto no tendría ninguna necesidad de tratar la política, porque de ella se encargan los partidos, los sindicatos, los periódicos... En una sociedad sana, pienso, la literatura tampoco tendría que tratar el sexo, porque de él ya se encargan los sexólogos y los educadores. Ni la religión, que cae bajo el dominio de los antropólogos y de los teólogos. Sucesivamente, del radio de acción de la literatura podríamos ir excluyendo la enseñanza, el trabajo, el amor, la tecnología, la moral, el deporte... En el último lugar de la lista, quizá deberíamos acabar mencionando aquello que es consustancial a la literatura, el lenguaje. A fin de cuentas, en una sociedad sana, del lenguaje pueden encargarse perfectamente los filólogos.
Nos encontraríamos, es cierto, en una sociedad sana, de donde habrían sido desterradas la enfermedad y la anomalía: una sociedad perfecta, acabada, cerrada, sin literatura.
Pero el argumento de mi colega parte de un vicio de principio, porque sin una literatura alerta, crítica y consciente, ¿cómo podríamos estar seguros de hallarnos en un mundo feliz y no simplemente en un mundo sin conciencia?
Claro que uno se pregunta por qué concedemos a la literatura la capacidad de alcanzar un nivel de conciencia más alto que la ciencia y que las demás artes. Encuentro un solo argumento, pero muy poderoso: la literatura permite integrar todos los planos de la realidad, desde la fantasía y las emociones hasta la experiencia y lo concreto, manteniendo la hegemonía del lenguaje, que es la herramienta y la expresión del pensamiento. De este modo, en la mejor literatura resuenan todos los ecos del hombre, se confunden y entran en conflicto, luchan, armonizados por la conciencia.
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